¿Hasta dónde puede llegar la hipocresía mediática? Elon Musk, durante el mitin de celebración de la investidura de Donald Trump, hizo un gesto que los medios españoles no tardaron en calificar como un «saludo nazi».
Sin embargo, basta con revisar el historial de imágenes públicas para encontrar que ese mismo gesto ha sido realizado por figuras como Barack Obama, Hillary Clinton o Kamala Harris en actos similares. ¿Acaso alguien se atrevió a llamarlos nazis? Por supuesto que no. Y ahí radica el problema: la narrativa progresista no busca la verdad, solo construir enemigos y fabricar escándalos para demonizar a quienes no encajan en su agenda.
Esta situación no es nueva. Es una táctica repetida hasta el cansancio. El objetivo es claro: moldear la percepción pública mediante el sensacionalismo, sacrificando la lógica y la coherencia en el proceso. La imagen de Musk se utiliza como un arma mediática para reforzar la narrativa del «fascismo latente» que, según la izquierda, amenaza cada rincón de la sociedad. Pero lo curioso es que ese supuesto fascismo siempre aparece donde los progresistas necesitan un chivo expiatorio, nunca entre sus propios aliados.
En este contexto, Yolanda Díaz entra en escena con un movimiento digno de un guion mal escrito. Anuncia su salida de Twitter, afirmando que «defender la democracia es dejar de utilizar herramientas que la debilitan». Según ella, la imagen de Musk fue «muy dura». Pero claro, el puño cerrado, levantado al ritmo de música comunista, no parece incomodarla. Ese gesto, símbolo de regímenes responsables de genocidios, hambrunas y persecuciones sistemáticas, pasa completamente desapercibido para quienes lo levantan con orgullo en sus actos y manifestaciones. Hipocresía en estado puro.
No es la primera vez que el puño cerrado se celebra sin el más mínimo cuestionamiento. Lo alzan quienes claman por los derechos humanos, olvidando deliberadamente que ese símbolo es el emblema de regímenes que encarcelaron, torturaron y ejecutaron a millones. Para contextualizar, por cada víctima homosexual del nazismo, hubo entre cuatro y diez bajo las garras del comunismo. Y no hablamos de hechos enterrados en los libros de historia; en países comunistas actuales, la homosexualidad sigue siendo criminalizada, perseguida e incluso castigada con la muerte. Pero de eso, los medios españoles y los progresistas no dicen nada. Callan porque reconocerlo desmontaría el pedestal moral en el que se han instalado.
Y no, esto no se trata de defender a Elon Musk. Se trata de defender algo mucho más importante: la lógica, la coherencia y la verdad. Si seguimos la narrativa absurda que acusa a Musk de «nazismo» por un gesto descontextualizado, entonces Obama, Hillary y Kamala también deberían ser considerados nazis. Sin embargo, sabemos que esa etiqueta jamás se aplicaría a figuras de la izquierda. Ese es el doble estándar que define a la maquinaria progresista: aplicar una vara de medir distinta según convenga a su discurso.
Pensemos por un momento en lo que esto implica. Si aceptamos la narrativa de la izquierda, entonces todo se convierte en un juego de símbolos vacíos. Un gesto de Musk es «nazismo», pero el puño cerrado, símbolo de dictaduras que causaron más muertes que cualquier otra ideología en la historia, es visto como un acto de resistencia. No importa que bajo ese símbolo se haya perseguido a homosexuales, disidentes políticos y cualquier persona que no encajara en la narrativa oficial. La izquierda no busca justicia ni igualdad; busca control, y lo hace a través de la manipulación mediática y la reescritura de la historia.
La ironía no podría ser más amarga. Quienes hoy se escandalizan por el gesto de Musk son los mismos que posan con la hoz y el martillo, símbolos de regímenes que exterminaron a millones. Los mismos que gritan «nazismo» son los que levantan el puño sin pensar en las atrocidades que representa. Mientras tanto, los medios progresistas se convierten en cómplices, amplificando esta narrativa hipócrita y selectiva.
No estamos hablando de detalles menores; estamos hablando de una estrategia deliberada para moldear la opinión pública, para demonizar a quienes no se alinean con la ortodoxia progresista. Y a ti, que lees esto, te pregunto: ¿cuántas verdades más necesitas conocer para darte cuenta de quiénes realmente defienden la libertad y quiénes solo buscan imponer su control bajo la máscara de la justicia social? Porque la verdad, aunque incómoda, es la única herramienta que nos queda para desmantelar esta maquinaria de hipocresía.